Se trata del mismo miedo que lleva a muchos propietarios de perros a no recoger los excrementos de su mascota por si se contagian al manipular sus heces.
Miedo a llegar tarde y por eso se aparca en doble o en tercera fila. No quiero pensar que es por fastidiar al que venga detrás.
Miedo al sacrificio y por eso no se entretienen en seleccionar los residuos para los contenedores respectivos. Consideran que ya se hace un esfuerzo ímprobo bajando la bolsa de basura, aunque algunos no levantan la tapa del contenedor por el mismo miedo ya comentado al contagio por bacterias.
Miedo a complicarse la vida y, por lo tanto, no implicarse en ninguna actividad comunitaria con cualquier excusa. Como se ve estamos rodeados de personas temerosas de portarse bien con el prójimo, pero demasiado proclives a fastidiarlo con ocasión o sin ella.
A la hora de ser malos no tenemos miedo a incumplir las normas, ser maleducados, saltarnos un semáforo o cruzar la calle por donde no se debe. Los malos siempre son los de enfrente, los de arriba, los jefes, los viejos, los políticos,… pero nunca nosotros. El miedo parece ser una buena coartada para nuestros malos comportamientos.
Confío en la mayoría de la gente y creo que las ciudades son un buen marco para unas relaciones más abiertas y menos crispadas entre todos los que la habitan, pero si miro a mi alrededor las razones para el pesimismo abundan y no paran de crecer.